En los 70’s el Estado decidía prácticamente todo. Chile era el país Latinoamericano con mayor gasto social (relativo a su producto), sin embargo el 45% más pobre estaba prácticamente marginado de los beneficios. Chile se encontraba en los últimos lugares de Latinoamérica en mortalidad infantil, años de escolaridad, y acceso a la universidad.
Muchos creyeron que para terminar con la miseria se requería un Estado poderoso que expropiara a los empresarios y redistribuyera la riqueza. Sin embargo, un país pobre que intenta distribuir riqueza, termina en realidad distribuyendo pobreza.
La revolución que realmente logró disminuir radicalmente la miseria fue la expansión de las libertades de las personas, antes limitada por el Estado. Esto permitió el despliegue del esfuerzo y la creatividad de cada uno en pos de su progreso, lo que generó riqueza y nuevas oportunidades para todos. El modelo económico de transformación más exitoso de la historia de Chile se terminó de gestar a finales de los 80 durante la gestión de Hernán Buchi en Hacienda.
Poco a poco la Concertación fue perdiendo la capacidad generadora, lo que culminó en que finalmente perdieran el gobierno luego del gobierno de Bachelet.
Es la generación de riqueza que surge desde la libertad para emprender y la empresa privada, lo que finalmente acaba con la pobreza. El aceleramiento del proceso de generación de riqueza es el mecanismo más efectivo para combatir a la pobreza e indigencia. Los países más libres son al mismo tiempo los más prósperos:
En el Estado no están siempre los mejores, en consecuencia, fue necesario lograr que éste se dedicara a sus funciones indelegables. La desidia y el fraude muchas veces se imponen desde el Estado, y como la ciudadanía es incapaz de controlar con eficacia lo que hacen los políticos, es preferible un Estado limitado en sus atribuciones.
Hoy Chile es el mejor país para vivir de Latinoamérica. Hoy la mitad de los jóvenes entre 18 y 24 años esta estudiando en la educación superior. Hoy la brecha entre pobres y ricos se ha reducido, no solo en ingresos, sino que también en años de escolaridad, expectativas de vida, acceso a los bienes de consumo, a la cultura, la tecnología, al ocio y a la recreación.
DEBEMOS CONTINUAR CON ESTA REVOLUCIÓN. DEBEMOS DAR UN GRAN SALTO EN EDUCACIÓN PARA LOGRAR QUE LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES SEA UNA REALIDAD.
Debemos castigar duramente a empresarios y ejecutivos inescrupulosos que abusan desde la libertad del mercado. Necesitamos leyes que realmente disuadan estas conductas.
Más impuestos que gravan el emprendimiento, una AFP estatal y la monopolización de toda la educación por parte del Estado, sin competencia, serían un retroceso enorme para Chile. Desechar nuestra constitución cuyo texto crea las normas e instituciones que han permitido esta revolución de la libertad, y que se ha perfeccionado sucesivamente en los últimos 25 años, nos enfrentaría a uno o dos años de parálisis por la incertidumbre que este debate conlleva, interrumpiendo innecesariamente el crecimiento y la confianza de inversionistas, empresas y trabajadores. Esto sin duda no es lo que Chile necesita.